Luego de tantas adversidades y malos momentos, María Rosa por fin pudo ver a su equipo en una final y derramó lágrimas de felicidad
María Rosa es una aficionada fiel a su equipo desde que tiene memoria. La mujer de 63 años iba al estadio desde que estaba muy pequeña; en ese entonces, recuerda que visitaba la cancha del Mora Mora, la sede del Matecaña, cuando recién se estaba construyendo el Monumental Hernán Ramírez Villegas.
Pudo presenciar grandes equipos, pero en ninguna ocasión celebró el acceso a una final en primera división. Varios familiares se le murieron esperando el “milagrito”, pero ella no quería irse sin presenciar algo así en su ciudad.
Pese a los altos costos de la boletería y la dificultad para conseguir las entradas, finalmente se sentó en las gradas. Tuvo que hacer una fila monumental en un puesto de chance para comprar su boleto; infortunadamente llegó sola al escenario, porque sus hijos trabajaban a esa hora y no tenían tanta pasión por el fútbol como ella.
Llegó al estadio con altas expectativas. Se ubicó en un asiento de la tribuna occidental baja y se compró una bebida para bajar la tensión. Faltaba una hora para el arranque del partido, y los minutos parecían horas.
Llegó el momento. Los equipos salieron a la cancha y sonó el himno de Pereira. La aficionada no pudo con tanta emoción y, en medio de la emotividad y la nostalgia, cantó a todo pulmón.
Empezó a rodar la pelota. El gol a tempranas horas del partido para Tolima dejó muda la tribuna en un momento. Se percibía mucho suspenso, pero la hinchada siguió arengando al equipo para que reaccionara.
La lluvia cayó fuertemente y los truenos empezaron a sonar; cuando de un momento para otro, se fue la luz del estadio. Las tribunas quedaron a oscuras, mientras que todos prendían la linterna de sus celulares y armaban la fiesta en el Hernán.
Como si fuera poco, la cancha quedó demasiado pesada. La pelota era intransitable, por lo que el árbitro decidió suspender indefinidamente el partido, por lo menos hasta que cesaran las precipitaciones.
Cuando escampó, la hinchada pedía que regresaran los dos equipos para seguir jugando; luego de tanta indecisión, se volvió a rodar la pelota y la fanaticada siguió alentando como si nada hubiese pasado.
El gol pereirano iba a llegar. Wilfrido de la Rosa, quien se volvió un emblema de la afición, celebró como si marcara un gol en el Mundial y puso a saltar a la tribuna. María Rosa estalló y no lo podía creer, estaban a la puerta de la final. Antes sufrió con el penal que desperdició Carlos Ramírez. Lo que pudo ser el empate, en su momento no lo fue.
Pero como “lo que es del cura va para la iglesia”, el Pereira llegó a los Penales. La incertidumbre reinó antes de los cobros, que se realizaron en la portería sur.
La tanda iba 5-4; si lo marcaba ‘Caliche’ Ramírez, Pereira se metía a la gran final copera. El defensor tenía su revancha. Aprovechó y la metió en el arco, lo logró, Pereira aseguraba su cupo a la final.
María Rosa lloró y lloró. No lo podía creer; el amor de su vida, el equipo, le había concedido luego de tantos años la alegría tan esperada. Algo que nunca se había vivido en una ciudad tan futbolera, se estaba dando.
“¡Las buenas llegaron! ¡Las buenas llegaron!”, gritó mientras se abrazaba con el primer hincha que viera; no importaba la pandemia, no importaba nada… el milagro se le dio.
Salió y vio la caravana de automóviles y motos desfilando sobre la Villa Olímpica. No se podía sentir más feliz. Estaba en un sueño, donde no quería que la despertaran jamás.
Así como María Rosa, miles de hinchas sintieron lo mismo. La clasificación fue el mayor sueño, y por fin se logró.