Con el suicidio de José Antonio Restrepo que en la mañana del domingo 24 de julio se arrojó del viaducto César Gaviria, se pierde una vida y la cuenta de los suicidas que han optado por ese trágico desenlace.
Solo se sabe del caso de un hombre de mediana edad que en los años 90 se arrojó del viaducto y sobrevivió al caer sobre un árbol del parque lineal.
Mal herido, fue llevado luego a chequeo médico y pese a encontrársele signos de afectación mental, dijo no recordar porqué tomó la temeraria decisión de lanzarse al vacío contra el pavimento de la inconclusa Avenida del Río.
El viaducto fue inaugurado el 19 de noviembre de 1997 y en principio fue fácil arrojarse al vacío porque se carecía de barreras laterales que lo impidieran.
Pocos años después el Instituto Nacional de Vías a cuyo cargo está el mantenimiento de esa obra que costó 50 millones de dólares, hizo las obras complementarias de barreras para supuestamente evitar o disuadir la obsesión suicida.
Sin duda la tasa de suicidios mermó pero desde entonces no han faltado los que venciendo las dificultades, trepan las paredes metálicas y sin atender los ruegos, toman, como lo hizo en el matinal cuarto domingo de julio, la fatal y letal decisión de acabar con sus días, recordándonos la lapidaria sentencia de Facundo Cabral, según la cual, “el hombre lo puede todo, hasta matarse”.